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TIJUANA, México.- El Chaparral Plaza alguna vez estuvo repleto de turistas, vendedores ambulantes y taxis esperando clientes. Pero este lugar en las afueras de San Ysidro, el punto de entrada fronterizo del lado mexicano, ahora es un campo de refugiados en expansión donde los migrantes de México, Centroamérica y Haití esperan en el limbo mientras buscan asilo en los Estados Unidos.
La doctora Hannah Janeway, médica de emergencias en un hospital de Los Ángeles y voluntaria en la frontera, buy augmentin no prescription estima que al menos 2,000 personas viven apretujadas en carpas y lonas, sin agua potable ni electricidad.
La supervivencia es la preocupación apremiante, no covid.
“El campamento sigue creciendo día a día”, dijo Janeway.
Un número récord de migrantes está realizando el largo viaje hacia la frontera. La Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza de Estados Unidos detuvo a 180,034 personas en la frontera sur en mayo, un aumento del 78% desde febrero. En comparación, los agentes fronterizos detuvieron a unas 144,000 personas en mayo de 2019.
Las nuevas pautas emitidas en febrero por la administración Biden requieren que los migrantes que buscan asilo se registren en línea o por teléfono desde sus países de origen, se hagan la prueba de covid en México, y luego vayan a un punto entrada a los Estados Unidos en un día específico para sus entrevistas de asilo.
El objetivo es reducir la cantidad de personas que hacen la peligrosa travesía y aliviar la espera en pueblos fronterizos como Tijuana, pero la gente sigue presentándose sin pasar por el proceso.
“Mientras conducía, vi dos autobuses que dejaban a un grupo de migrantes”, dijo Janeway. “¿A dónde van a ir?”.
Debido a que los refugios para migrantes ya estaban llenos antes de la afluencia de migrantes de este año, muchos terminan en el campamento de El Chaparral, donde los alimentos y la atención médica son escasos, y hay poco acceso a instalaciones sanitarias, más allá de estaciones para lavarse las manos y baños portátiles.
Janeway, codirectora de Refugee Health Alliance, una organización sin fines de lucro que brinda atención médica a los migrantes en la frontera entre Estados Unidos y México en Tijuana, visita el campamento dos o tres veces al mes para atender a los pacientes y difundir información sobre la clínica cercana que abrió en 2018, ubicada a pocas cuadras de la plaza.
La clínica, Resistencia en Salud, brinda atención gratuita, y depende de donaciones y de un personal en su mayoría voluntario para permanecer abierta.
“Creo que las personas a las que estoy sirviendo merecen recibir atención médica y sufrir menos”, dijo Janeway.
La clínica es pequeña y básica, tiene dos salas de examen. El personal coordina con el sistema de salud pública de México para atender a los pacientes que necesitan atención más especializada, como cirugía o quimioterapia.
Un jueves reciente, Janeway caminó a lo largo del borde del campamento, lleno de tiendas de campaña, lonas convertidas en refugios improvisados y montones de basura, para verificar el suministro de agua del tanque que proporciona su organización. Dijo que el gobierno mexicano no está ofreciendo mucho en cuanto a atención médica o provisiones esenciales, como agua.
La Secretaría de Salud de Baja California no respondió a múltiples solicitudes de comentarios.
“Es responsabilidad del gobierno, pero no quiero polemizar con ellos sobre el agua”, dijo. “Es fundamental. Hay niños con enfermedades [gastrointestinales]”.
En la clínica, Janeway y su personal “lo ven todo”, dijo: problemas cardíacos, dolor de espalda, cáncer, lesiones por agresión. Además de tratamiento médico, Resistencia en Salud brinda servicios de salud mental y apoyo a la comunidad LGBTQ.
Para cuando abrieron las puertas a las 10:30 am, una fila de personas estaba esperando para registrarse. No pudieron atender a todos porque la clínica alcanzó su capacidad máxima. Octavio Alfaro y su hijo de 12 años, a quien le dolían las rodillas, estuvieron entre los afortunados.
El hombre de 53 años de Villanueva, Cortés, en Honduras, ha estado esperando asilo durante dos años y medio.
“Mi historia es cruel”, dijo.
Alfaro salió de Honduras con sus tres hijos, huyendo de la violencia de las pandillas. “En Honduras, no puedes arriesgarte a iniciar un negocio porque si no pagas lo que te cobran las pandillas, te van a poner bajo tierra”, dijo. “Querían llevarse a mi hijo y estaban listos para secuestrar a mi hija para hacer lo que les hacen a las niñas”.
Historias como la suya son frecuentes en el campamento, dijo. “Por eso venimos. Por una vida mejor para estos niños”.
Alfaro conoció a Janeway en el campamento de El Chaparral a fines de mayo. Janeway escribió una carta de defensa en apoyo de la solicitud de asilo de su hija Brenda, de 14 años. Brenda tiene un soplo cardíaco que requiere cirugía inmediata en los Estados Unidos. “Necesita que la vea un especialista”, dijo Janeway. “No puede recibir ese tipo de atención aquí”.
Janeway dijo que muchos pacientes como Alfaro y su familia solo están tratando de sobrevivir en los campamentos y refugios abarrotados de Tijuana, donde temen ser asaltados o robados. La pandemia de covid es algo secundario.
La clínica solo ha atendido a un puñado de pacientes con covid, dijo Janeway, y, hasta donde ella sabe, nadie está vacunando a los migrantes.
La enfermera Luz Elena Esquivel dijo que intenta educar a los pacientes sobre cómo mantener la distancia y usar máscaras, “pero a veces parece imposible”, dijo. “No es su prioridad. Su prioridad es cruzar”.
Ese día, una docena de miembros del personal de la clínica atendieron a 55 personas en unas seis horas.
Se movieron en sincronía de paciente a paciente, tratando de tratar a la mayor cantidad posible, incluido un niño de 3 años de Honduras que era tan pequeño que parecía tener 6 meses, una mujer transexual mexicana que necesitaba terapia hormonal, y un hombre haitiano que se quejaba de dolor en el pecho. En medio de todo eso, asistieron a un hombre que colapsó en la sala de espera.
La última ola de migrantes ha puesto a prueba la clínica, que necesita más dinero, más voluntarios y otro médico. “Las condiciones laborales no son tan buenas. Y los salarios que podemos ofrecer tampoco”, dijo Janeway. “Pero las personas que están aquí, están aquí porque están muy dedicadas a ayudar a esta población. Es una misión”.
El doctor Christian Armenta, médico de familia de la clínica, nació y se crió en Tijuana. Comenzó a trabajar en la clínica en medio de la pandemia. “Al principio fue muy aterrador, pero me adapté rápidamente”, dijo. “Como médico y tijuanense, tengo que generar algún tipo de impacto para mejorar mi ciudad”.
Alrededor del 95% de los pacientes son migrantes, dijo. El resto son tijuanenses que viven en la calle o en albergues. “El entorno en el que viven crea la tormenta perfecta para generar problemas de salud”, dijo.
Alfaro, trabajador de la construcción de oficio, fue asaltado más de una vez. “Aquí me han maltratado”, dijo. “Me robaron mis herramientas dos veces”.
Aun así, Alfaro dijo que se siente un nativo de Tijuana. “Las personas que he conocido aquí son como mi familia”.
En medio de su turno, Janeway salió de la clínica para darle buenas noticias a Alfaro.
“Acabo de hablar con los abogados y me dijeron que tienes una fecha para cruzar”, dijo.
“Gloria a Dios”, respondió Alfaro. “Estoy tan feliz. Si he aprendido una cosa aquí, es a tener paciencia”.
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