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EAST LOS ANGELES, Ca. – Desde hace un año, los gemelos de 13 años Ariel Jr. y Abraham Osorio se conectan a sus clases en línea desde la florería de sus padres. Ariel se acomoda en un rincón entre flores, lazos y animales de peluche. Abraham se instala en una pequeña mesa del fondo, donde su padre solía trabajar recortando flores y llevando la contabilidad.
No es el mejor lugar para aprender. Es ruidoso. Es estrecho. Está lleno de gente. Aun así, cuando a la madre de los gemelos, Graciela Osorio, generic zovirax nz no prescription se le presentó la oportunidad de enviar a sus hijos de vuelta a la escuela primaria Brightwood en Monterey Park, California, decidió no hacerlo.
“Después de lo que hemos pasado con su padre, prefiero tenerlos en casa, donde sé que están seguros”, dijo Graciela, de 51 años. “Sólo queda un mes. No tiene sentido que vuelvan por tan poco tiempo”.
El padre de los niños, Ariel Osorio Sr., de 51 años, murió de covid-19 en enero, cuatro semanas después de un viaje a México para visitar a su madre. Enfermó rápidamente y no pudo despedirse de sus hijos.
“Extraño su presencia”, dijo Abraham. “Estaba acostumbrado a verlo sentado en su silla trabajando, pero ya no está”.
Covid ha afectado a los latinos de forma desproporcionada, y muchas familias optan por no participar del aprendizaje en persona.
En California, los latinos constituyen el 39% de la población del estado, pero representan el 47% de las muertes por covid, según el Departamento de Salud Pública estatal. A nivel nacional, su riesgo de morir por covid es 2,3 veces mayor que el de los blancos no hispanos.
Los latinos son vulnerables al altamente transmisible coronavirus porque tienen más probabilidades que los blancos no hispanos de realizar trabajos esenciales que los exponen al público, dijo David Hayes-Bautista, profesor de salud pública y medicina de la UCLA y coautor de un estudio, en enero, sobre este tema.
Son más propensos a no tener seguro médico, lo que puede hacer que no busquen atención médica, señaló. Y es más probable que vivan en hogares multigeneracionales, lo que significa que el virus puede propagarse rápida y fácilmente dentro de las familias.
“Muchos son trabajadores esenciales y el sostén de sus familias y no pueden darse el lujo de trabajar desde casa, de distanciarse físicamente y de aislarse”, explicó Alberto González, estratega de salud de UnidosUS, una organización de defensa de la comunidad latina en Washington, D.C.
La familia Osorio vive en un hogar multigeneracional desde la muerte de Ariel, y a la hora de decidir si enviar a sus hijos de nuevo a las aulas, Graciela debió tener en cuenta a los otros miembros de la familia.
En febrero, Graciela y los gemelos se mudaron con su madre de 74 años, Cleotilde Servin, en el este de Los Angeles. Diez personas comparten ahora la casa de unos 1,000 pies cuadrados, y cada mañana se amontonan en la cocina.
La madre de Graciela y los demás adultos de la casa han sido vacunados, pero los niños no. Aunque obliga a sus hijos a llevar mascarillas y no les permite visitar a sus amigos, le aterra la posibilidad de que sus hijos se contagien del virus en la escuela y lo traigan a casa.
“Mi madre es activa y toma vitaminas, pero me preocupa”, dijo Graciela. Su marido la contagió de covid y ella se lo pasó a su hermana y a su sobrina. “No quiero que nadie más se enferme”, añadió.
Funcionarios estatales y locales de educación no tienen datos recientes sobre la asistencia presencial a clase por raza, pero un análisis de EdSource de los datos del Departamento de Salud Pública de California en febrero, muestra que era más probable que los estudiantes blancos no hispanos asistieran a la escuela en persona que otros estudiantes. El análisis mostró que el 12% de los latinos asistía a clases en persona algunas veces, en comparación con el 32% de los blancos no hispanos y el 18% de todos los estudiantes.
El Distrito Escolar Unificado de Los Angeles, el segundo más grande del país, sirve a más de 600,000 estudiantes y reabrió para ofrecer clases presenciales a mediados de abril. Sólo abrieron algunos centros, en su mayoría escuelas primarias, y funcionan con horarios híbridos, combinando las clases en persona con la enseñanza a distancia.
“Hemos mejorado los sistemas de filtración de aire en todas las aulas, hemos reconfigurado las instalaciones escolares para mantener las distancias adecuadas, hemos duplicado el personal de apoyo y proporcionaremos pruebas semanales de covid en la escuela para los estudiantes y el personal”, declaró Austin Beutner, superintendente del distrito, en su video semanal del 22 de marzo.
En una declaración publicada el 4 de mayo, Beutner dijo que entre el 40% y el 50% de los estudiantes de primaria en las comunidades “más ricas” ya ha regresado a la escuela, en comparación con un 20% en las comunidades de bajos ingresos.
“Vemos la mayor reticencia a que los niños vuelvan a la escuela en familias que viven en algunas de las comunidades que atendemos con mayores necesidades”, señaló.
La escuela primaria Brightwood es un centro que va de primaria hasta 8º grado, con 870 alumnos de los cuales aproximadamente la mitad son asiático-estadounidenses y el 40% latinos, dijo Robby Jung, su director. Sólo el 15% de los estudiantes ha regresado a la escuela y, de ellos, alrededor de un tercio son latinos.
Para la familia Osorio, la razón principal por la que los gemelos de octavo grado no han vuelto a Brightwood es el miedo.
Al igual que otras muchas familias latinas —unos 28,000 latinos han muerto de covid en California— sufren el dolor y el trauma que la enfermedad les ha causado, y el temor a que les ataque de nuevo.
“Los niños van a un terapeuta para lidiar con la muerte de su padre”, contó Graciela. “Sé que yo también debería hablar con alguien”.
Con el recuerdo de la muerte de su marido tan presente que no puede hablar de él sin llorar, Graciela todavía se está adaptando a la carga emocional, y al día a día de tener que llevar una florería ella sola.
Originaria de Guerrero, México, abrió la florería Gracy’s con su marido en 1997. Ariel se ocupaba de las finanzas en casa y en la tienda, y era el que mejor hablaba inglés de los dos.
“Ahora, al estar sola con los niños, es más difícil hacer todo”, dijo.
Durante el confinamiento, los niños iban a la tienda con sus padres. Su marido se sentaba junto a sus hijos mientras recibían clases en línea, les ayudaba con las tareas y era el contacto principal con la escuela.
“Siempre estaban con nosotros”, contó Graciela. “Se criaron en la florería, así que no tuvieron ningún problema en instalar allí sus mesas escolares”.
Brightwood reabrió el 12 de abril, ofreciendo clases en persona dos días a la semana durante unas horas al día, y el resto de las sesiones en línea. Pero para Graciela ese horario no funciona con sus obligaciones laborales.
“Tendría que llevarlos a la escuela, recogerlos para el almuerzo y luego traerlos de vuelta”, explicó. “No puedo hacer eso. Tengo que trabajar”.
Pero, sobre todo, los mantiene fuera de la escuela porque no quiere perder a otro miembro de su familia. Sabe que las clases virtuales no son lo mismo que la enseñanza en persona, “pero han mantenido sus calificaciones”, afirmó. “Doy gracias a Dios por tener buenos niños. Me escuchan. Entienden por qué los dejé en casa”.
El último día de clase es el 28 de mayo. Ariel y Abraham dijeron que están deseando empezar la escuela secundaria en otoño. Todavía con la carga emocional por la muerte del padre, los niños, que son tímidos y reservados por naturaleza, no tienen claro si les gustaría volver a la escuela en persona o continuar sus clases en línea.
“Puede que volvamos”, dijo Abraham. “Por ahora, nos hacemos compañía no al otro”.
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